ES (English below)
El eco es un fenómeno de resonancia. Un sonido, movimiento, fenómeno que reverbera y retumba internamente. El contenido ingresa en los recovecos del mundo interno y rebota con algo. Se identifica, es decir, algo se retiene e internamente dice “yo también.”
Me encanta presenciar arte, ser testiga, dejar que me inunde, perderme ahí o encontrarme. Durante muchos años ese acto de presenciar me ha conmovido hasta la médula, me ha llevado al llanto, a la rabia, al filo constante del cuestionamiento y siempre a la gratitud con quien presta cuerpo, imagen, concepto, piel para decirse, para decir realidades del mundo. Admiración profunda a quienes prestan o proponen un lienzo abierto e infinito de proyección para aquellas personas que desean asomarse a aguas profundas.
En estos actos conmovedores, rituales contemporáneos, siempre nutricios, me suelen brotar un montón de sentires-pensares. Antes si acaso abría un breve espacio en el cotidiano para procesar, integrar o seguir reverberando con aquello movido. Este contenido se quedaba en el vino o el café después del espectáculo, maravillosas sobremesas; otro fenómeno precioso de atestiguar miradas descolocadas, adoloridas, atónitas, pacificas, exaltadas, chirriantes, encabronadas, etc., encontrando palabras para narrar su experiencia encarnada.
Después, no siempre he tenido el valor o el atrevimiento de decirle a las/los/les artistas lo mucho que he apreciado su trabajo, su entrega, su quehacer, no sé si por vergüenza (seguro hay algo de eso) o por asumir que lo saben y por eso lo hacen o por pensar que las palabras relevantes realmente vienen de los críticos o colegas o de su propia experiencia escénica. Una mezcla entre sumo respeto y sentir que nada de lo que se diga hace justicia a la vivencia.
En fin, con el tiempo esas reflexiones regaladas o gestadas en la experiencia como testiga se iban diluyendo, a veces podía cerrar los ojos y todavía capturar imágenes o sensaciones de aquello vivido. Me tranquilizaba y me tranquiliza saber que esa experiencia que nos atraviesa como espectadores se integra de una u otra forma a nuestra mirada. Siempre con la esperanza y el anhelo de que ese contenido nos vuelva más sensibles, compasivas/os, empáticas/os, reflexives, resilientes y menos criticas/os, punitivos de las formas y la técnica.
En mi quehacer como psicoterapeuta psicoanalítica o danza movimiento terapeuta ha estado muy integrada la escritura, ese dejar huella palabra de aquello que impregna. El ejercicio y el esfuerzo de encontrar palabras a lo indecible me ha permitido volver, comprender, elaborar contenido que en ese momento sobre-estimulante no me fue posible. Tuve la fortuna de turistear por la fenomenología de la danza y me abrió puertas maravillosas en relación con dejar que se devele y se transite por la experiencia poética de aquello que se presencia, atestigua y atesora. Así es como empecé escribir y a validar en mi diario personal mi experiencia como espectadora. He entendido desde otro lugar las artes vivas, vivas activas, mutantes y trasformadoras. Consciente de que lo que vierto en palabras es mi vivido, que quizá tendrá o no que ver con las intenciones del artista; no se trata de cotejar el desarrollo conceptual de la pieza, se trata de generar un diálogo que me permita entender o sostener aquello ocurrido.
Así que ahora suelo ir con una libreta en el bolso siempre que voy al cine, teatro, sala, museo e intento abrir espacio interno y externo para vaciar y llenarme del privilegio que es contemplar, mirar, ingerir, metabolizar arte.
Hoy agarro valentía para ese espacio íntimo en mi libreta compartirlo con ustedes, con la finalidad de ampliar esas sobremesas, también como un acto de gratitud explícita, quizás efusiva a las/los/les artistas que me han generado esas movilizaciones que quizás sin presenciar sus obras hubieran tardado en emerger.
Viva el arte y su gran función sintomática, moldeadora, catalizadora, formadora y contenedora.
ENG
Scenic echoes
The echo is a resonance phenomenon. A sound, movement, image, or situation that reverberates externally and vibrates internally. The content enters the recesses of the inner world and bounces with something. It identifies that something is retained and internally says «me too.»
I love to witness art, to be a witness, to let it wash over me, to lose myself there, or to find myself. For many years this act of witnessing has moved me to the core, has led me to tears, to anger, to the constant edge of questioning and always to gratitude to those who lend body, image, concept, skin to say, to say realities of the world. Deep admiration to those who lend or propose an open and infinite canvas of projection for those who wish to look into deep waters.
In these moving acts, contemporary rituals, always nourishing, many sentiments-thoughts usually come to me. In the past, if anything, I would open a brief space in my daily life to process, integrate, or continue reverberating with what this content was moving. This content remained in the wine or coffee after the show, wonderful after-dinner conversations; another precious phenomenon of witnessing stunned, pained, astonished, pacified, exalted, screeching, pissed off, etc. looks, finding words to narrate their incarnated experience.
Afterward, I have not always had the courage or the audacity to tell the artists how much I appreciated their work and their dedication; I do not know if it is because of shame (I am sure there is some of that) or because I assume that they know it and that is why they do it or because I think that the relevant words come from the critics or colleagues or their own stage experience. A mixture of utmost respect and feeling that nothing is said does justice to the experience.
In the end, with time those reflections given or gestated in the experience as a witness were diluted, sometimes I could close my eyes and still capture images or sensations of what I had lived. It reassured me that this experience that crosses us as spectators is integrated in one way or another into our gaze. Always with hope and desire that this content makes us more sensitive, compassionate, empathetic, reflective, resilient and less critical, punitive of forms and technique.
In my work as a psychoanalytic psychotherapist or dance movement therapist, writing has been very much integrated, leaving a word trace of that which permeates. The exercise and the effort to find words for the unspeakable has allowed me to go back, understand, and elaborate content that at that overstimulating moment was impossible for me. I had the fortune of touring the phenomenology of dance. It opened beautiful doors for me about letting the poetic experience of that which is experienced firsthand, observed, and treasured be unveiled and traversed. This is how I began to write and validate in my personal diary my experience as a spectator. I have understood from another place the living arts, living, active, mutant, and transforming. Aware that what I put into words is my experience, which may or may not have to do with the artist’s intentions; it is not about comparing the conceptual development of the piece, it is about generating a dialogue that allows me to understand or sustain what happened.
So now I usually go with a notebook in my bag whenever I go to the cinema, theater, hall, or museum. I try to open internal and external space to empty and fill myself with the privilege of contemplating, watching, ingesting, and metabolizing art.
Today, I take the courage to share that intimate space in my notebook with you, to expand those after-dinner conversations, and also as an act of explicit gratitude, perhaps effusive, to the artists who have generated those mobilizations that perhaps without witnessing their works would have taken time to emerge.
Long live art and its great symptomatic, molding, catalyzing, forming and containing function.